Malena canta el tango como ninguna y en cada verso pone su corazón; a yuyo del suburbio su voz perfuma, Malena tiene pena de bandoneón. Tal vez allá en la infancia su voz de alondra tomó ese tono oscuro del callejón, o acaso aquel romance que solo nombra cuando se pone triste con el alcohol. Malena canta el tango con voz de sombra Malena tiene pena de bandoneón.
Tu canción tiene el frío del último encuentro, tu canción se hace amarga en la sal del recuerdo, yo no sé si tu voz es la flor de una pena, sólo sé que al rumor de tus tangos, Malena; te siento más buena, más buena que yo.
Tus ojos son oscuros como el olvido, tus labios apretados como el rencor, tus manos, dos palomas que sienten frío tus venas tienen sangre de bandoneón. Tus tangos son criaturas abandonadas que cruzan sobre el barro del callejón cuando todas las puertas están cerradas y ladran los fantasmas de la canción. Malena canta el tango con voz quebrada; Malena tiene pena de bandoneón.
Como no le melga nada que la contradigan, la señora Fifa se acerca a la Tota y ahí nomás le flamenca la cara de un rotundo mofo. Pero la Tota no es inane y de vuelta le arremulga tal acario en pleno tripolio que se le ladea hasta el copo. -¡Asquerosa!- brama la señora Fifa, tratando sonsonarse el ayelmado tripolio que ademenos es de satén rosa. Revoleando una mazoca más bien prolapsa, contracarga a la crimea y consigue marivolarle un suño a la Tota que se desporrona en diagonía y por un momento horadra el raire con sus abroconjantes bocinomias. Por segunda vez se le arrumba un mofo sin merma a flamencarle las mecochas, pero nadie le ha desmunido el encuadre a la Tota sin tener que alanchufarse su contragofia, y así pasa que la señora Fifa contrae una plica de miercolamas a media resma y cuatro peticuras de esas que no te dan tiempo al vocifugio, y en eso están arremulgándose de ida y de vuelta cuando se ve percivenir al doctor Feta que se inmoluye inclótumo entre las gladiofantas. -¡Payahás, payahás!- crona el elegantorium, sujetirando de las desmecrenzas empebufantes. No ha terminado de halar, cuando ya le están manocrujiendo el fano, las colotas, el rijo enjuto y las nalcunias, mofo que arriba y suño al medio y dos miercolamas que para qué. -¿Te das cuenta?- sinterruge la señora Fifa. -¡El muy cornaputo!- vociflama la Tota. Y ahí nomás se recompalmean y fraternulian como si no se hubieran estado polichantando más de cuatro cafotos en plena tetamancia; son así la tofifas y las fitotas, mejor es no terruptarlas porque te desmunen el persiglotio y se quedan tan plopas.
Tantos años huyendo y esperando y ahora el enemigo estaba en mi casa. Desde la ventana lo vi subir penosamente por el áspero camino del cerro. Se ayudaba con un bastón, con un torpe bastón que en sus viejas manos no podían ser un arma sino un báculo. Me costó percibir lo que esperaba: el débil golpe contra la puerta. Miré, no sin nostalgia, mis manuscritos, el borrador a medio concluir y el tratado de Artemidoro sobre los sueños, libro un tanto anómalo ahí, ya que no sé griego. Otro día perdido, pensé. Tuve que forcejear con la llave. Temí que el hombre se desplomara, pero dio unos pasos inciertos, soltó el bastón, que no volví a ver, y cayó en mi cama, rendido. Mi ansiedad lo había imaginado muchas veces, pero solo entonces noté que se parecía, de un modo casi fraternal, al último retrato de Lincoln. Serían las cuatro de la tarde. Me incliné sobre él para que me oyera. –Uno cree que los años pasan para uno –le dije–, pero pasan también para los demás. Aquí nos encontramos al fin y lo que antes ocurrió no tiene sentido. Mientras yo hablaba, se había desabrochado el sobretodo. La mano derecha estaba en el bolsillo del saco. Algo me señalaba y yo sentí que era un revólver. Me dijo entonces con voz firme: –Para entrar en su casa, he recurrido a la compasión. Lo tengo ahora a mi merced y no soy misericordioso. Ensayé unas palabras. No soy un hombre fuerte y solo las palabras podían salvarme. Atiné a decir: –En verdad que hace tiempo maltraté a un niño, pero usted ya no es aquel niño ni yo aquel insensato. Además, la venganza no es menos vanidosa y ridícula que el perdón. –Precisamente porque ya no soy aquel niño –me replicó– tengo que matarlo. No se trata de una venganza, sino de un acto de justicia. Sus argumentos, Borges, son meras estratagemas de su terror para que no lo mate. Usted ya no puede hacer nada. –Puedo hacer una cosa –le contesté. –¿Cuál? –me preguntó. –Despertarme. Y así lo hice.
Leonardo Guillermo Mattioli. Nació en Santa Fé de la Vera Cruz. Es un cantante que interpreta la cumbia estilo colombiana. A los 20 años, se incorporó como cantante al Grupo Trinidad y rápidamente alcanzó fama y reconocimiento. Su inconfundible estilo llevó a Trinidad a lo más alto de su historia. Leo es reconocido por el público como uno de los más románticos. En noviembre de 1999, decidió enfrentar el desafío de conquistar nuevos horizontes e ir en busca del éxito personal iniciando su carrera como solista. La idea de Leo era formar su nueva banda. Ésta surgió junto a otros tres músicos que integraban Trinidad, sin embargo no pudo ser. Un trágico accidente automovilístico puso en su camino una dura prueba; Leo quedó en estado crítico, y su recuperación llevó más de tres meses. Durante ese período, Leo mostró templanza y ganas de volver. Volcó todos sus pensamientos en la composición de letras que después se transformaron en su primer CD como solista: “Un homenaje al Cielo”. Muchas cosas buenas y malas se habían dicho durante ese lapso, hasta que el 8 de Abril volvió a pisar un escenario. En este nuevo material discográfico Leo quiso contar algunas de sus vivencias, y también historias cotidianas de una forma bien palpable, con palabras simples pero que llegaran al corazón del público. Sobre todas las cosas, se destacó en sus letras, historias de amor descriptas de manera directa, porque según sus propias palabras: “No se necesitan frases hechas para definir los sentimientos, amor es mirarse a los ojos y no poder contener una lágrima que cae porque sí, porque es producto de la felicidad de estar con el ser amado”. Leo no solo mantuvo el éxito a nivel nacional sino que también brillaba en otros países de habla hispana. Después editó un álbum con una recopilación de todos sus éxitos con Trinidad y otros de su primera producción con lo cual también superó las 100.000 copias. Con Leo Mattioli, la cumbia santafesina tomó otra dimensión y ahora tiene reguladores en todo el país. Es un seductor alejado de los parámetros tradicionales. Lejos de los “carilindos” de la televisión, tiene algo que enloquece a las mujeres aunque el exhiba a sus cinco hijos producto de un matrimonio que inició muy joven. Si también mantiene sus gustos sencillos para la vida diaria, la plata la invirtió muy bien. Tiene una enorme casa en Santo Tomé, un par de autos y varios vehículos para el traslado de la banda. Dicen también que ayuda a su familia y a los amigos.